No me da la gana forrar los libros

La profesora de mi hijo me manda por enésima vez una nota en la agenda: «Los libros deberían estar forrados». Pero no me da la gana. Y no es porque se me dé horriblemente mal y los deje siempre llenos de burbujitas, que también (y no me digáis lo de usar una regla, a ver si os creéis que no lo sé). Sí, hasta con una regla me sale mal, así de torpe soy. No, no es por eso.
Siempre les he dicho a mis alumn@s que no pinten en los libros. «¿Y porqué no, si es mío?» Me preguntan. «Pues porque el año que viene le pueden servir a otra persona» Les respondo. ¡JA! Mentira. El año que viene no le sirven a nadie, de eso ya se encargan afrentosas editoriales y mal llamados ministros de «educación». Entre reformas educativas y ligeros cambios en el temario o las ilustraciones, cada año cambiamos sí o sí los libros de texto.
Mi vecina, sólo un año mayor que mi hijo, tira 12 libros a la basura (al contenedor azul, eso sí, que estamos muy concienciadas. Aunque, si van forrados con plástico ¿no deberían ir al amarillo? Otro dilema.) y yo compro 12 libros nuevos. «COMPRAR, TIRAR, COMPRAR! GASTAR CONSUMIR, TRABAJAR!» Dice el gran Segis. Cuánta razón. No se si me indigna más el desperdicio de papel y recursos o el de dinero (no voy a hablar de las becas de libros, no quiero entrar en combustión espontánea y que se me queme uno de los libros ya forrados) pero desde luego me saca de mis casillas.
Señor ministro de educación, un libro electrónico para cada estudiante, así como cada uno de ustedes tiene su ipad, y le ahorramos recursos al planeta, dinero a las familias y tiempo a torpes como yo, que podríamos pasar la mañana haciendo otra cosa, o nada, que de vez en cuando no viene mal.

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