Viviendo en España, se ha vuelto cotidiano que un político sea pillado haciendo eso que se le da tan bien: Gestionar, solucionar y servir. Es broma: Fraude, cohecho, malversación, blanqueo, prevaricación, etc. A partir de ese momento, gente afín del partido que se dedica a otra rama de la política (como es el periodismo) y que se podría decir que están a sueldo (ya que los políticos deciden qué medios reciben dinero público y la cuantía de éste) empiezan con su turno de defensa.
Una de las artimañas más habituales es restar valor a los indicios, pistas, e incluso a veces fotos y audios, declarando que no hay que exigir ningún tipo de consecuencia política hacia ellos, ya que sería no respetar su presunción de inocencia. Hasta el día del juicio (la frase parece bíblica pero lo digo de forma literal, que en España los casos de corrupción se pueden alargar hasta 12 o 15 años) inequívocamente esa persona es inocente. Punto final. Jaque mate.
La verdad, y de esto quería escribir, es que es inocente, pero no por no haberlo hecho (lo que sea), sino porque aún no es culpable.
En este país (como muchos otros) una persona es inocente hasta que se demuestra lo contrario, así que el estado de ser inocente no cambia cuando has cometido una ilegalidad, sino cuando un juez considera demostrado que así ha sido, con martillazo como en las películas o sin él.
Por poner un ejemplo, si yo cometo un crimen y no me pillan o no hay pruebas suficientes, soy inocente. Haberlo hecho depende de un acto, ser culpable de un juicio.
Con esto se puede dar la paradoja de que un abogado en un juicio, diga algo así como “castiguen a este hombre por el crimen, porque es culpable”, cuando en realidad ese acusado, en ese momento, es inocente. Lo haya hecho o no. Haya pruebas de sobra o no. Testigos fiables o no. Aunque no haya para nadie en esa sala donde se le esté juzgando la más mínima duda de la autoría del crimen, el acusado es inocente. Eso será así al menos hasta que se dicte sentencia.
Habiendo dejado claro esto, y ya sabiendo en qué términos podemos hablar sobre la corrupción, recomendaría a los tertulianos habituales que aprendieran a regatear esas trampas con frases como “entonces porqué a un profesor acusado de pedofilia se le aparta cautelarmente si también se le aplica la presunción de inocencia”, “no me fastidies, que hasta sus compañeros de partido dicen en privado que debería dimitir” o una sencillez como: “Sí, es inocente, pero lo hizo”.
Eso es todo señoría