Infantilismo y estética revolucionaria: más grietas en la izquierda

Uno de los mayores aciertos de la ideología capitalista y burguesa ha sido crear auténticas hordas de «revolucionarios» que lo son simplemente por la -dudosa- estética de la Revolución, llevándoles a no cuestionar la razón y el destino material de esta; simples borregos idealistas que arden en deseos de hacerse mayores y ser rebeldes. Un comportamiento que si no es educado en su momento, puede desembocar en el anarquismo más descerebrado e inmovilista.

Considerar una revolución por sí misma, sin sus condiciones materiales (el antes, lo que la propicia; y el después, qué queremos que provoque) es un error muy común en los partidos de izquierda oficial, de ahí a hablar de ella como algo hermoso y colorido. Una revolución no es más que el estallido rabioso de una clase que ha sufrido una opresión sistemática e institucionalizada, buscando con ella revertir el orden social. Es decir, una revolución es la desembocadura de siglos de la opresión de una clase sobre otra hecha sistema político, social y económico. En palabras de Marx:

«Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, maestros y oficiales, en una palabra: opresores y oprimidos se enfrentaron siempre, mantuvieron una lucha constante, velada unas veces y otras franca y abierta; lucha que terminó siempre con la transformación revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las clases beligerantes». (Manifiesto comunista, Marx y Engels, 1848).

Es decir, la supuesta belleza de la Revolución entraña una realidad asquerosa y despreciable: la existencia de las contradicciones de clase, de sistemas que enfrentan a la sociedad en intereses antagónicos, conduciendo a la sociedad a la guerra sin cuartel hasta la abolición de las clases sociales. La Revolución no es bonita, es odiosa, es la evidencia de que estamos derrotados y no tenemos nada que perder. Sin embargo, que una clase oprimida se rebele contra su opresora se ve como un acto casi poético e ideal, sin entender (y sin pretenderlo) la realidad material de esto: habrá muertes, habrá compañeros de nuestra clase que caerán en batalla, familiares, amigos. La mera necesidad de la Revolución es algo triste, pero inevitable a la vez, y nunca algo que se deba enaltecer por «bonita» o «poética», siguiendo fielmente la idiosincrasia modernista. La Revolución Rusa fue bonita porque liberó a la clase obrera soviética, no porque los obreros soviéticos, cansados y exhaustos, se armaran y pusieran en riesgo su vida contra un sistema criminal que no les permitía otra salida. La Revolución será algo que deberemos cuidar y mimar, ya que en cualquier momento de flaqueza, ideológica o militar, aquello por lo que habremos luchado se habrá ido al garete.

Además, esas consideraciones modernistas sobre la Revolución (bonita, poética, idílica) caen de lleno en otro error tremendamente antirrevolucionario: la despolitización de esta, la destilación de todo componente político que ha llevado y que motiva la lucha armada. Dejan de lado toda la política, toda la filosofía, todo lo importante que determina una revolución. Para esta gente, la Revolución Francesa, la Cubana, la Bolivariana y la Bolchevique están al mismo nivel, obviando las dificultades que pasó en cada una de ellas la clase revolucionaria, obviando las condiciones materiales que las instigaron, obviando las peculiaridades del momento y del lugar y obviando la nueva realidad que trajeron consigo, y por tanto, errando de principio a fin en la consideración de las revoluciones que la Historia nos ha traído.

Su actitud con la lucha armada y su despolitización trae consigo un nuevo error: el desconocimiento de la motivación de una revolución les hará abrazarla sin cuestionarla antes, y esta es la razón por la que la izquierda oficial y revisionista luce banderas golpistas y asesinas sirias sin cuestionarse realmente qué y quién hay detrás de esos colores.

Bandera de los opositores sirios. Estos colores han tintado los golpes de Estado de 2011 y la posterior guerra civil, con el apoyo del ISIS y EEUU.

Así pues, esta estética revolucionaria es un caldo de cultivo idóneo para el crecimiento de una ideología equivocada en el planteamiento, más centrada en la apariencia que en la práctica, más preocupada por la forma que por el contenido: el anarquismo.

El anarquismo, sobre todo el más moderno, ha crecido en la valoración extrema del individuo, olvidándose del resto de la clase obrera y sin preocuparse por la liberación de esta. Tanto es así que dichos anarquistas ponen especial empeño en la revolución individual, que no es más que una serie de actos simbólicos y objetivamente inútiles. Hace unos días, un anarquista me recriminó en Twitter participar en el sistema mientras reniego de él. Esto, según su criterio, era un gesto hipócrita, ya que no entendía cómo, por ejemplo, un trabajador de un banco de barrio puede ser anticapitalista, llegando a afirmar que preferiría sembrar patatas toda su vida a trabajar un día siquiera en un banco.

Dejaré de lado que cualquier trabajador asalariado es un obrero, y por tanto, es oprimido por el capitalismo, trabaje en un banco o sembrando patatas, y que elegir de por vida sembrar patatas es idealista, y lo más seguro, palabrería de un niño que jamás ha trabajado. Su argumento es muy malo cuando hasta alimentarse (comprar alimentos) es participar en el sistema. El verdadero problema reside en la ultravaloración del yo en detrimento del colectivo. Me pusieron como ejemplo las comunas hippies (solté una carcajada cuando lo leí), que viven al margen de la sociedad y se automantienen. No vale la pena ni responder cuando su esfuerzo va dirigido a la liberación del yo y no a la liberación de los obreros como clase.

Sin embargo, tenía tiempo para ir más allá, y seguí atacando sus argumentos, pobres de realidad y colmados de idealismo. Pregunté entonces qué tipo de obrero desearía alejarse de su clase por no participar del sistema, y la respuesta fue que la revolución anarquista es espontánea, es decir, que toda la clase obrera se libera en conjunto y a la vez, a lo que señalé que, sin estar la clase insurrecta armada, la Revolución no duraría ni dos días.

Queda de manifiesto su falta de materialismo y de análisis histórico de lo que es el poder estatal. Faltaría la desobediencia pacífica de una mínima parte de los obreros de un país para recibir una represión como respuesta para mantener el orden capitalista, si la desobediencia es desarmada, repito. Una revolución de este tipo se va al garete a la mínima, pues el aparato estatal sigue acaparando y manteniendo en su haber todo el poder represivo existente, esta vez en forma de tanques y fusiles. Si la desobediencia es armada, entonces la revolución no es anarquista, ya que se habría creado un nuevo Estado, puesto que un Estado no es más que una clase armada para reprimir a otra. Aquí reside básicamente el error materialista de la revolución anarquista que me propusieron.

¿Qué es, entonces, una izquierda incapaz de posicionarse ante una revolución? ¿Qué es una izquierda que le da más importancia a lo idílico que a lo material? No es más que una izquierda destinada a la desaparición, a la destrucción de sus ideas y al saqueo impune de la clase obrera. Es por ello que la creación de militantes modernistas y obnubilados por la estética revolucionaria por parte del capitalismo no supone más que la destrucción de los partidos de izquierdas, de su desarme y de su final desaparición. Saben mejor que nadie que sin militancia, que sin acción política, estamos desprotegidos y postrados ante nuestros verdugos. Sin embargo, no será tan fácil. Quienes aún sabemos lo que es mejor para la clase obrera estaremos atentos a cualquier movimiento de los oportunistas, y les daremos toda la guerra ideológica necesaria para que el yugo del capital nunca más destroce familias por culpa de un sistema podrido y sus mecenas. Jamás caerá la izquierda, jamás caerá el Partido Comunista, jamás derrotarán a la clase obrera. Nunca olvidemos las palabras de Lenin:

«… cuando no hay crítica materialista de las instituciones políticas y no se comprende el carácter de clase del Estado moderno, del radicalismo político al oportunismo político no hay más que un paso».

Acerca de Jose Ángel

Estudiante de Ingeniería química en la UM. Marxista-leninista.