En España también gobierna la extrema derecha

Miles de mujeres de todo el mundo han salido a la calle para mostrar su repulsa a la investidura de Donald Trump, el magnate que, con su inminente victoria, ha conseguido eclipsar –que no frenar- el sprint que la extrema derecha está llevando a cabo en Europa y otros continentes. El tupé de un multimillonario septuagenario da más miedo que la notable y alarmante peste a fascismo que recorre las calles de casi 800 millones de habitantes europeos. El poder de apretar el “botón nuclear” que se ha otorgado a un energúmeno con pocas luces impone más que el pasado, presente y futuro deterioro incesante de la vida de millones de personas de toda la geografía mundial.

Es siempre una gran noticia ver a la gente organizada, en las calles, reivindicando cosas tan esenciales como la igualdad de derechos y/o el respeto por los Derechos Humanos. Por supuesto que lo es. La base de la democracia, y también su salvaguardia, es la organización de la ciudadanía. Pero hay veces que la movilización chirría, huele a hipocresía. ¿Por qué se sale a la calle a protestar masivamente por la llegada de Trump a la Casa Blanca y no por la deriva ultraderechista que está tomado Europa? ¿Por qué no se sale a la calle a protestar masivamente por la victoria de la extrema derecha en Polonia en octubre de 2015? ¿Por qué no se sale a la calle a protestar masivamente tras la puesta en marcha de un frente ultraderechista europeo formado por los líderes de extrema derecha de Alemania (Frauke Petry), Francia (Marine Le Pen), Holanda (Geert Wilders) e Italia (Matteo Salvini), entre otros? Eso también debería causar pavor.

El pueblo saharaui lleva más de cuarenta años oprimido, aislado, ninguneado, forzado a vivir en precarios campamentos en mitad del desierto teniendo que soportar temperaturas y condiciones vitales que deberían ser impermisibles; sufriendo la represión persistente de las fuerzas de seguridad marroquíes; carente de derecho a decidir no ya sobre su propio futuro, sino sobre su maldito presente; dependiente de la solidaridad internacional. No se sale a la calle masivamente.

El conjunto del continente africano lleva siglos siendo brutalmente explotado, saqueado, exprimido hasta dejarlos sin aliento, sin posibilidades de desarrollo industrial y económico, viviendo miserablemente debido a la frialdad con que Occidente emplea sus recursos para extraer toda la riqueza, hasta dejar secos a sus pueblos, de un continente más expropiado que olvidado. Tampoco se sale a la calle masivamente.

La ropa que nos ponemos alegremente en todo el mundo está fabricada en lugares como Vietnam, Bangladesh, Tailandia… a manos de mujeres, niñas y niños explícitamente explotados, despojados de cualquier posibilidad de autonomía y decisión y sometidos a unas condiciones de precariedad inhumanas. Adivinad: no se sale masivamente a la calle.

América Latina ha sido históricamente considerada a sí misma –no sin razones de sobra- como “territorio arrasado”, cuyo desarrollo industrial y económico se vio frustrado ya en el siglo XIX -como bien explica Luis Nitrihual, académico chileno, periodista por la UCM e investigador en la Universidad de La Frontera-,  ya que “no hubo, realmente, creación de industrias”, sino mera “extracción de materias primas”. Así lo explicaba en el contexto de una conferencia en la UCLM en 2016: “Te compro barata la materia prima, la manufacturo y te la vendo en forma de producto mucho más caro porque te dejo sin materia prima”. Chile, por ejemplo, vive hoy del cobre y la tala de árboles, y la situación es similar en el resto del continente. Una vez más, no se sale masivamente a la calle.

Y aterrizando en España… ¿Por qué no se sale a la calle a protestar masivamente tras la entrega de gobierno que hizo el PSOE a los representantes del Franquismo en noviembre de 2016? ¿No se es capaz de advertir que en España también gobierna la extrema derecha? Aunque los mensajes emitidos por el gobierno no sean tan explícitos, como sí lo son los de Donald Trump, las motivaciones, objetivos últimos y políticas puestas en marcha para ello son radicalmente similares.

Mariano Rajoy no ha dicho que vaya a construir ningún muro para separar sensibilidades diferentes ni a deportar a once millones de personas “sin papeles”, como sí afirma fervientemente Donald Trump, pero se ha encargado de cerrar bien nuestras fronteras (vallas de Ceuta y Melilla) permitiendo y avivando el abandono y las consecuentes muertes masivas en las costas españolas y europeas. También ha hecho realidad las “devoluciones en caliente” y defiende firmemente el mantenimiento de esas cárceles para quienes no han cometido delito alguno, llamadas Centros de Internamiento de Extranjeros (CIE). Además, ha incumplido su compromiso de acoger a 18.000 refugiados sirios y, por descontado, el pueblo saharaui ni lugar tiene como refugiado en su limitado cerebro (deuda histórica que sigue siendo ignorada, silenciada y despreciada).

Mariano Rajoy no ha dicho que tenga intención de dejar a millones de personas sin sanidad anulando cualquier forma de atención pública de ese tipo como sí apostilla Trump con respecto al denominado ObamaCare, pero ya lleva cinco años contribuyendo al desmantelamiento sin precedentes de la sanidad pública española acarreando hacinamientos en los hospitales, atenciones deficientes, precarización de la situación laboral de las trabajadoras y los trabajadores del sector y, en última instancia, la expulsión de miles de personas del acceso real a una atención médica pública, gratuita y de calidad.

Mariano Rajoy no afirma burlescamente que va a bajar los impuestos a los ricos y a reducir la fiscalización de las grandes fortunas, algo que Trump no tiene problema en reconocer abiertamente. Pero sí ha conseguido, a través de la amnistía fiscal, blanquear con descaro a esas grandes fortunas y favorecer, por tanto, a las élites financieras.

Mariano Rajoy no se muestra tan escandalosa e ignorantemente degradador de una realidad tan importante y prioritaria como es el deterioro del medio ambiente como Donald Trump, que, incluso, pretende desmarcarse de los Acuerdos del Clima de París y cancelar todo tipo de ayudas a aquellas entidades que estudien el cambio climático. Rajoy, sencillamente, ha frenado la posibilidad de desarrollo de las energías renovables, provocando, además, la destrucción masiva de empleo y la ruina del sector y de miles de familias. Además, conviene no olvidar el impuesto al sol.

Los parecidos son razonables.

Un país en el que las mujeres cobran un 24% menos que los hombres por realizar el mismo trabajo por el simple hecho de ser mujeres. Un país en el que no deja de subir la cantidad de mujeres asesinadas. Un país en el que las posibilidades de las mujeres de decidir tranquilamente sobre su propio cuerpo no están estrictamente garantizadas. Un país en el que se multa, se hincha a palos e incluso se enjuicia y encarcela a la gente por manifestarse, que es un derecho fundamental previsto en la Constitución (art. 21 CE).

Un país en el que se pide cárcel por hacer chistes en las redes sociales. Un país en el que está penalizado grabar o fotografiar a las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado (“matones a sueldo del poder para reprimir al pueblo” para los amigos). Un país en el que gente muere por falta de suministro de medicamentos. Un país en el que la mayoría social no puede tener una atención médica realmente adecuada.

Un país en el que a las personas nacidas fuera de España se les deniega el acceso a la sanidad pública. Un país en el que no se deja entrar a personas refugiadas que huyen de guerras fomentadas y alimentadas por la venta de armas de nuestro país. Un país en el que un grupo de neonazis da una paliza a un activista nacido en otro país y la policía esposa al activista en vez de al grupo que lo ha atacado, al tiempo que se reprimen brutalmente las movilizaciones pacíficas.

Un país en el que se permiten concentraciones y misas en honor a un dictador cuya provocación de una guerra civil y posterior régimen establecido supuso la persecución, la tortura sin precedentes y el asesinato a sangre fría de cientos de miles de personas porque, sencillamente, pensaban diferente. Un país en el que, siendo este aconfesional, la Iglesia Católica goza de amplio poder, actúa como lobby y mantiene privilegios fiscales. Un país en el que se hace comulgar con la Monarquía descendiente del fascismo a la fuerza.

Un país en el que decenas de miles de alumnos y alumnas tienen que abandonar la universidad pública por no poder pagar la matrícula. Un país en el que se invierte dinero público en fomentar la educación privada y concertada mientras que en los centros públicos no hay ni para tizas. Un país en el que se infravalora el trabajo de los docentes. Un país en el que se hace pervivir la catequesis en los centros educativos en detrimento de materias tan fundamentales como filosofía, ética o ciudadanía.

Un país que trata, por todos los medios, de anular las capacidades artísticas de los y las estudiantes. Un país que desatiende a las personas sin hogar e, incluso, se esfuerza en hacer disminuir los espacios que hacen posible que esas personas puedan no dormir, qué mínimo, en el suelo a la intemperie. Un país en el que se desahucia a familias enteras pasándose por el forro los Derechos Humanos y la Constitución Española, que prevé, en su artículo 47, el derecho a una vivienda digna.

Un país en el que el empleo llega a niveles de precarización extremos, que crea trabajos basura, que persigue a las pequeñas y medianas empresas mientras permite el desfalco de las grandes fortunas, que exprime a las trabajadoras y trabajadores por sueldos de risa, que empodera a las élites mientras hace sangrar al pueblo. Un país en el que se pasan por alto las agresiones homófobas. Un país en el que millones de jóvenes tienen que emigrar para encontrar un trabajo digno.

Un país en el que se desprecia a comunidades autónomas con sensibilidades diferentes. Un país que niega ser una nación de naciones. Un país en el que “referéndum” (preguntar a la ciudadanía, hacerla partícipe, democracia) es poco menos que una aberración y un despropósito.

Un país así es un país gobernado por la rancia extrema derecha, nostálgica del Franquismo (fascismo). A pesar de los ininterrumpidos intentos, desde 1975, por venderlo como un país nuevo, solo es un rápido lavado de cara, y sus ojos resacosos se hacen cada día más visibles.

Cuando la extrema derecha consiga, en un espacio de tiempo no excesivamente largo, instalarse de nuevo en las instituciones y tomar el poder, entonces sí se saldrá masivamente a la calle.

Pero al exilio. En busca de auxilio.

Acerca de Andrea Rubio

Estudiante de Periodismo. Abajo y a la izquierda. Porque fueron somos, porque somos serán. Que suene la voz del esclavo. ♀▼