Hace años que una amiga bien versada en el comunismo me explicó como las ONGs y las organizaciones religiosas de tipo banco de alimentos y/o comedores sociales funcionaban como cortafuegos en un periodo de crisis, ante la posibilidad de que la población se encienda más de la cuenta y le dé, por ejemplo, por salir a quemar cosas en la calle.
Las organizaciones de tipo caritativo sirven, literalmente, para que la gente no pase hambre, porque la gente con hambre se pone de muy mal genio. En cambio, las administraciones se han apresurado en cerrar, embargar y vigiliar cualquier tipo de banco de alimentos que surgiera de las organizaciones vecinales, no adscrito a ninguna organización registrada, por aquello de la insalubridad y otros cuentos.
Lo salubre para el gobierno es que acudas a recibir caridad, pasiva, sumisa, y des las gracias a la mano piadosa que te da de comer, que da de comer a tus criaturas. Porque al menos no pasas hambre, al menos no pasan hambre. Lo insalubre es que te organices en tu vecindario, que hagas piña con tus iguales, que habléis de vuestros problemas e incluso encontréis la manera de mejorar vuestras vidas. Eso es peligroso. Podrías llegar a darte cuenta de que lo tuyo no ha sido mala suerte, de que no es que, como creías, has vivido por encima de tus posibilidades y se te ha ido de las manos con la crisis. Podríais incluso llegar a la conclusión de que cada vez hay más gente en la misma situación de miseria sobrevenida, de pobreza con trabajo, y de que deberíais empezar a organizaros, porque la clase política no es más que eso, otra clase distinta a la vuestra, que no os representa. Y los sindicatos no funcionan, esos también están más cerca de la clase política que de la obrera, así que hay que empezar de nuevo, resetear y hacer piña. Por todo esto, el gobierno se encarga no sólo de que no te falte el pan, si no de controlar quién te lo da.
Vamos con el circo. Aunque atrás quedaron ya los días del pionero «Salsa Rosa», aquí seguimos consumiendo telebasura en dosis cada vez mayores. Y mientras nadie, y cuando digo nadie es NADIE, ve Sálvame (yo no sé de que vive esa gente, la verdad) porque es un gallinero y un pozo sin fondo en el que arrojar cualquier tipo de inteligencia que alguna vez haya existido en la cabeza de su público, nos jactamos de consumir productos televisivos culturales (ahí están las audiencias de los documentales de la 2, que no me dejan mentir) y de actualidad política. ACTUALIDAD POLÍTICA. Ojo al término. Somos un público informado, crítico, votantes con conocimiento de causa porque seguimos al dedillo el último proceso de cambio en el PSOE (que no culebrón, proceso de cambio) o las últimas declaraciones de Aznar que parecen (pero sólo parecen) indirectas hacia Rajoy. Vemos a Espe rodeada de cámaras hacer el ridículo en una calle de Madrid (y ahí está la clave, que las cámaras la rodéan, si no lo hicieran, ni ella haría tantas estupideces ni nos enteraríamos de las que hiciese).
La Sexta se ha convertido en el circo de quienes nos creemos personas comprometidas y reaccionarias, no es más que otro cortafuegos. Vemos programas de actualidad con tintes humorísticos que dicen lo que pensamos, pero a continuación hacen un chiste y ya se nos pasa un poco el enfado. Consumimos a diario programas que parecen serios pero que acaban siendo el Salsa Rosa de la política, con gente dándose voces y presentadores florero que no consiguen (porque ni lo intentan) poner orden. Y el éxito de estos programas ha sido tal que por un momento se han descuidado y se les han ido de la mano los payasos. La avaricia rompe el saco, señores de La Sexta, y personajes como Inda, que no eran nadie hasta que ustedes le dieron fama, han conseguido que se les vea el plumero: Su medio no es diferente a los demás, no está más comprometido que otros con otra causa que no sea el dinero y la audiencia por encima de la información real.
Y ahora que les han empezado a crecer los enanos, que empiezan a írseles (o a no ir) personas a las que invitan y que no tragan con el ridículo esperpéntico de los colaboradores de sus programas, empezamos a ver que, una vez más, nos hemos dejado engañar, hemos dejado apaciguar nuestra legítima indignación por una barrera contafuegos que el poder ha colocado estratégicamente para engañarnos.