Hay que ver qué exageradas somos, de verdad. Anda que ya nos vale. Cómo tenemos la poca vergüenza de decir que desde que tenemos consciencia democrática no ha gobernado más que la mafia, que el sistema es una cloaca del mangoneo y la tomadura de pelo al pueblo y que las instituciones son una mierda muy grande que no representan a nadie que haya tenido que comerse los macarrones blancos alguna vez. O sea, a nadie.
Son palabras muy grandes, desorbitadas para ilustrar las poquitas cosas que podrían ser reprochadas al atajo de sinvergüenzas que nos oprime y nos envenena la vida.
Vale que entre pitos y flautas se hayan gastado en vino –como aquel que dice- algo más de lo necesario para alimentar a África durante un lustro. Vale que se hayan llenado los bolsillos con el dinero de todas y todos al mismo tiempo que nos han hecho ser atendidos en los pasillos de los hospitales y dar clases con 50 personas en un aula con aforo de 30. Vale que por no haber facilitado el tratamiento de Sovaldi hayan muerto unos cuantos cientos de personas. Vale que haya entre 40.000 y 50.000 personas sin techo en España.
Vale que se haya desahuciado a algunos miles de familias españolas para amontonar en el almacén de Bankia otras tantas casas vacías. Vale que hayan subido los impuestos a la mayoría social y los hayan bajado a las grandes fortunas consiguiendo que mientras estas últimas se van de vacaciones a Baqueira los primeros estén comiendo mortadela en casa de la abuela. Vale que se hayan transformado los medios de comunicación públicos en herramientas de propaganda del poder político y financiero.
Vale que a Felipe González se le permita ir tranquilamente a la radio a regodearse de haber hecho “lo que hicieron” en Euskadi pa pa pa. Vale que se estén vulnerando derechos constitucionales con la Ley Mordaza, que impide hacer cosas tan desorbitadas como manifestarse frente al Congreso, fotografiar a policías, protestar, ayudar a parar desahucios y un largo etcétera, que pareciera una renovación de la ley de vagos y maleantes de 1954 del mismísimo Caudillo de España por la Gracia de Dios. Vale que concejales de algunas localidades sean felicitados por homenajear la dictadura de Franco, que haya pueblos que se den de leches por conservar monumentos en honor al fascismo y que los cientos de miles de víctimas del genocidio ideado, protagonizado y dirigido por Franco sigan tragando tierra después de más de 80 años.
Vale que tengamos un Jefe de Estado que solo obtuvo un voto en las urnas, el del dedo de un dictador. Vale que casi el 70% de la población española no llegue a fin de mes mientras Sáenz de Santamaría dispone de un coche oficial que la lleve a Primark en horario de trabajo para ultimar las compras de Navidad. Vale que algunos miembros del PP se autodenominen fascistas “pero solo a título personal”, así como hobby. Vale que la bajada del paro es inversamente proporcional a la de la precariedad laboral. Vale que, como diría Cospedal, han “trabajado mucho para saquear este país”.
Pero tampoco vayamos a tomárnoslo todo a la tremenda. Es normal que Juan Luis Cebrián no quiera contar cuántas veces se ha masturbado pensando en el pico que se iba a llevar por ciertas publicaciones, y que Rafael Catalá quiera trabajar para “mejorar (su) sistema de corrupción”. Al fin y al cabo, ¿quién no se ha construido alguna vez cuatro casas en Valencia con lo recaudado para una ONG fantasma? ¿Quién no ha adjudicado servicios públicos por valor de casi 300 millones de euros a cambio de –qué menos- una comisioncilla? Y que tire la primera piedra quien no haya cogido nunca una tarjeta de crédito con dinero público y se haya gastado sin querer 15 milloncicos de euros.
Venga, limemos asperezas con doce uvas y que “¡viva Honduras!”